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Una mujer joven aceptó ayudarme. Nos
sentamos en un banco y ella me leyó la
carta en voz alta. El idioma que yo había
tratado de olvidar durante años regresó a mí
y sentí que las palabras se hundían en mi
interior, atravesaban mi piel, mis huesos,
hasta abrazarse con fuerza a mi corazón.
(Ken Liu, El zoo de papel, 2011)
El epígrafe de esta nota es parte del cuento de Ken Liu “El zoo de papel”. En ese relato, el protagonista debe buscar alguien que le lea una carta que su madre había dejado para él antes de morir. La frase “el idioma que yo había tratado de olvidar” tiene un sentido particular en este cuento y en la historia de muchos migrantes que en algún momento de su adolescencia deciden dejar de hablar la lengua de migración y utilizar solamente la del país en el que viven. En este cuento, el protagonista había aprendido la lengua de sus ancestros, la que su madre había llevado desde su China natal hasta los Estados Unidos, pero en la adolescencia decidió abandonarla para evitar que sus compañeros de clase se burlaran de él. En Argentina, muchos descendientes de migrantes no hablamos la lengua de nuestros abuelos (en mi caso, el italiano). Esta misma situación se repite en muchos ámbitos y lugares.
En diversos casos, las comunidades migrantes accionaron para que esto no ocurriera: el establecimiento de escuelas bilingües, el desarrollo de espacios en los que se enseña la lengua de inmigración de manera extracurricular y becas para viajar a la tierra de origen familiar, entre otras medidas. En esta nota me centraré en la constitución de una escuela en la cual los descendientes de migrantes chinos aprenden la lengua del país de origen de sus padres, en parte para que las palabras de las generaciones mayores lleguen a las menores. Cabe aclarar que la lengua que se aprende no es necesariamente la que se habla en los hogares, sino que se trata de la lengua oficial de la República Popular China: el putonghua. La institución en la que me detendré en esta nota es la escuela Franklin. Sin embargo, no se trata de la única escuela en la Ciudad con estas características. Algunas de ellas están vinculadas a instituciones religiosas, algunas enseñan escritura tradicional y otras, escritura simplificada. La mayoría de ellas funciona los sábados desde la mañana y por la tarde. Los alumnos que asisten a estas escuelas no solo encuentran ahí clases de lengua sino también clases de matemática. Es además en estas escuelas en las que muchos niños pueden encontrarse con otros niños en los que hablar en la lengua del país de origen de sus familias.
La escuela “Franklin” fue fundada por Franklin Mao en 1998. En sus comienzos había sido pensada como una escuela para la enseñanza de inglés para asiáticos, pero luego, tras notar la necesidad de escuelas en las que se enseñara putonghua y escritura simplificada, Franklin Mao decidió comenzar a dictar clases de esta lengua y escritura para los niños. La escuela tiene dos sedes: una en el barrio de Caballito y la otra en Belgrano. La primera sede dicta clases los sábados y la segunda los domingos. Algunos investigadores en el año 2011 afirmaban que allí asistían 230 alumnos y que la mayoría de ellos eran migrantes o descendientes de la provincia Fujian; en el año 2017, según otras fuentes, tenía más de 700 estudiantes. Este crecimiento se puede explicar principalmente a partir de la mayor migración desde la RPC y también del nacimiento en Argentina de muchos descendientes de migrantes. Por supuesto, durante el año 2020, como todos, esta escuela modificó sus prácticas de enseñanza y comenzó a tener clases a través de una plataforma virtual. Las maestras cuentan que esto fue difícil pero que con trabajo y dedicación lograron que los estudiantes pudieran seguir el aprendizaje.
Muchas de las dinámicas escolares en esta institución buscan reponer prácticas que se mantienen en la República Popular China. Por ejemplo, a la mañana antes de entrar a clase los alumnos se forman en el patio frente al mástil, donde no hay bandera. La directora académica de la escuela comienza a hablar y saludar a los alumnos. Una de las maestras de esta institución, mientras este ritual ocurría, me preguntó: “¿Sabés por qué hacemos esto?” Luego, me contó que era una práctica china que se hace todos los días y que lo que se informa es qué es lo que harán ese día y qué se hizo mal el día anterior. Las clases de lengua tienen como objetivo principal que los descendientes de migrantes aprendan la escritura de la lengua y no tanto la oralidad. Esto es así porque se parte del presupuesto de que todos los alumnos son descendientes de migrantes y que hablan putonghua. Sin embargo, esto no siempre ocurre ya que hay quienes son descendientes de migrantes, pero hablan otras lenguas chinas. Las escuelas también tienen la función de juntar en un mismo espacio a alumnos que durante la semana asisten a distintos colegios de la ciudad; de esta manera, se crean lazos intracomunitarios y se fomenta el uso de la lengua de migración. .
El aprendizaje de la lectura y la escritura es considerado esencial por las familias chinas ya que de esta manera las nuevas generaciones pueden acceder a la literatura y la cultura producida en ese país. El aprendizaje de la escritura y de la lengua china es importante en tanto y en cuanto es a través de ellas que se transmiten pautas culturales, pero también recuerdos. La lengua permite que estos descendientes de migrantes establezcan un vínculo con el país de origen. Son las escuelas “chinas”, como la “Franklin” las que permiten que las palabras de los ancestros se abracen “con fuerza en el corazón” y que entonces se establezcan puentes entre las nuevas y las viejas generaciones.
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