Risas y letras raras: así aprenden español dos hermanitos argenchinos

Hablar un nuevo idioma es el desafío más grande para quienes migran. Esta es la historia de los pequeños Diego y Alex y su hermosa travesía hacia el aprendizaje del español en Buenos Aires.

Puentes - Educación19 de abril de 2021 Lucía Fernández
imagen marcadeagua

Alex aprendió a hablar cuando escribió sus primeras letras a, m, y, l, que se enrularon torpes al mismo tiempo en el cuaderno y la voz. Rara vez pasa así. Los niños de primer grado hablan más que los de trece, saben hablar, nombran profundo, aunque lo digan todo por primera o segunda vez. Alex llegó a primer grado de una amorosa escuela de Villa Crespo con cinco o seis palabras en español y una personalidad arrolladora en chino: hola, amigo, me llamo Alex, chau y gracias. Para todo lo demás trataba de sonreír o señalar y miraba el reloj haciendo fuerza para que faltara menos para volver a casa. La calidez de Villa Crespo se notó en invitaciones de padres copados, maestras preocupadas, caricias, ayuda extra...

Anotamos las clases particulares en un cuaderno Rivadavia azul con textura de arañitas, usando el abecedario con dibujos que trae impreso. Pero antes de llegar a esas clases, es preciso hablar de Diego, el hermano mayor de Alex. Diego llegó con nueve años a cuarto grado, rapidísimo engoló su cursiva que al mes era igual o mejor que la de la maestra, pero hablaba la mitad que Alex: hola, gracias, Diego.

Explicarles las mayúsculas fue casi imposible, en chino los nombres propios se rigen por otros lineamientos. En general se utilizan nombres de animales o de objetos de la naturaleza y adjetivos elocuentes más parecidos a Corazón Valiente que a Mel Gibson, pero mayúsculas, no. El día dos Diego ya advirtió la dificultad de la f. El día tres firuleteó sucesivamente la br. El cuarto la H mayúscula. Al quinto día copiaba como el mejor calígrafo y puso un millón de emociones mezcladas en su fetiche por las lapiceras. Diego era distinto, pero no por venir de otro país, sino por su sensibilidad y elegancia.

Los niños así inquietan a madres y padres, que no terminan de saber si el mundo es un lugar apropiado para sus hijos, sin advertir que la altura del sufrimiento es también la medida del placer. Diego miraba hondo, corregía hasta el cansancio, y era capaz de disfrutar una lapicera como un adulto un yate. Tenía, por supuesto, carpeta con ganchos y hojas con folios y carátulas, que ponía y sacaba como se lava un gato. Él sabía el nombre de todas las materias, maestras, y le iba increíble en matemática.

Alex sabía el nombre de sus compañeritos, y particularmente el de Valentina. Ese enano no era capaz de decir pan o lluvia, pero decía “Yo me gusta Valentina”. Seguido decía frases que sonaban mejor que como manda la Real Academia Española. "Valentina gusta yo", pero ríe "yo no hay dientes acá", conjugando los verbos desde el corazón tan tiernamente que sonaban mejor que en la forma correcta ¨a mi me gusta o no tengo¨. Estaba justo cambiando las dos paletas y se la pasaba de risa en risa para ella. Al nombrarla, automáticamente se le ponían los cachetes colorados y Diego lo gastaba como buen hermano mayor. Entre los tres ideamos un plan para solucionar el asunto de las paletas que Diego anotaba minuciosamente en una hoja de carpeta. Resolvimos por unanimidad recortar dientes de papel que se pondría con cara de serio frente a Valentina para tapar los agujeros y al mismo tiempo hacerla reír. Funcionó exacto.

Diego sufría distinto, tardaba en contar lo que le pasaba, y se enojaba muchísimo por ser tan complejo y educado en chino y no poder demostrarlo en español. La cursiva lo salvaba en el aula, fuera de ella no. Ponía las manos contra la cintura en jarrito como una doña enojada y decía en chino de manual que uno cuando es chiquito nunca puede ser tonto porque está aprendiendo, y me pedía que le enseñara a decir cosas así para hablar con sus pares. Cuando estaba enojado lo desenojaba que leyéramos Mafalda.

Un día vino Alex recontra acomplejado con enorme cara de pregunta sin responder y dijo: no entiendo la eñe. Me imaginé que el ejemplo de niña o niño ya estaba descartado y buscamos en el celu fotos y videos del ñandú. Quedó FASCINADO y salió corriendo con las manos en forma de alas gritando ñanduuuuuuu por las góndolas del supermercado. Una abuelita con el cuerpo parecido a una cuchara de sopa se tentó de risa y lo corrió hasta abrazarlo, te atrapé, le dijo, ¿así que sos un ñandú? Sí, dijo Alex, yo me gusta ñandú ¿y usted?

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